EL VETO QUE NO FUE.

 

Breve historia de lo acontecido entre la sanción y la promulgación de la ley 4.558. O de cómo, con el prestigio y la fuerza de FACA se logró evitar su veto, con una maniobra audaz y un halago oportuno, que en política, muchas veces puede más que una opinión fundada y razonable.

Por Jorge Francisco Chialva. (*)

                        LOS MOTIVOS QUE ME LLEVARON A ESCRIBIR ESTA HISTORIA, QUE DURANTE DIEZ AÑOS PERMANECIÓ VIRTUALMENTE EN EL MAYOR DE LOS SECRETOS. Hasta agosto del presente año, salvo algún breve y circunstancial comentario meramente tangencial y tal vez no demasiado entendible  para los que no conocieron los singulares momentos que me tocaron vivir en diciembre de 1999  -como Presidente del Colegio de Abogados de la Circunscripción Judicial del Noreste del Chubut, o sea de la Asociación histórica que teníamos en ese entenonces-   nunca había revelado públicamente como fue que  logramos salvar la que luego fue la ley 4.558, asegurando así la colegiación pública en la Provincia. Habiendo sido en esa ocasión, en un evento organizado por el Colegio Público de Abogados de la Circunscripción Judicial de Trelew, cuando hice referencia por primera vez, concretamente, a los hechos que aquí he de relatar con mayor precisión, para conocimiento de todos los matriculados.

En oportunidad de ese encuentro, en la sede de nuestro Colegio, creí no solo conveniente, sino también necesario que los colegiados presentes en la ocasión conocieran detalladamente como llegamos a la colegiación pública en nuestra Provincia y que avatares debimos vencer para hacerla realidad. Hoy, con la perspectiva y la serenidad que nos da el tiempo y la distancia, pienso que es positivo y saludable  poner esta breve historia a disposición de todos los colegiados.

Ahora bien, también debo mencionar que fue en ese mismo mes de agosto, cuando  -regresando de una reunión de la Mesa Directiva de FACA, llevada a cabo en Mercedes, Pcia. de Buenos Aires-  les relaté las circunstancias que me tocaran vivir en diciembre de 1.999, en defensa de la colegiación, a los también integrantes de la Mesa  -con quien compartía circunstancialmente el regreso-  Dres. Eduardo Elías (Villa Dolores, Córdoba)  y Víctor Hugo Rojas Centurión (Trenque Lauquen, Bs. As.). Habiendo sido este último quien, al finalizar la historia, me dijo: “excelente, muy bueno como lograste resolverlo”, para inquirirme de inmediato: “¿lo escribiste?”.

Y al responderle que no, que no lo había hecho, recibí una suerte de réplica terminante: “hacelo, no dejes de escribirlo…los más jóvenes, los colegas que vienen detrás nuestro, deben conocer estas historias que hacen a la abogacía organizada; deben saber que nada fue fácil, que la colegiación no fue un regalo de ningún gobierno, sino que la logramos con nuestra lucha. En la que FACA tuvo un rol relevante”.

Así las cosas, habida cuenta que los hechos ya fueron revelados en el indicado encuentro de nuestro Colegio, considerando acertado el consejo de mi amigo Víctor Hugo, decidí poner las cosas sobre blanco y negro. Como un humilde aporte a la historia de la colegiación en el Chubut y para que todos los colegas que ejercen esta bendita profesión en su territorio, tomen conciencia que debemos defender y proteger con sabiduría, fuerza y cohesión la ley 4.558. En la inteligencia que solo así hemos de mantener una abogacía independiente, indispensable e insustituible para asegurar  -para nosotros, para nuestra posterioridad y para todos los hombres del mundo-  una Justicia independiente.

Creo por lo demás, que es oportuno y justo hacerlo al cumplirse los diez años de la sanción de la ley. Como un homenaje a la abogacía y a nuestros mayores, a los colegas que lucharon duro por la colegiación y la dignificación de nuestra profesión y que hoy ya no están junto a nosotros. Pero que seguramente  nos  acompañaran desde el cielo en este aniversario, iluminándonos el largo camino que aún nos espera en pos de la Justicia que la comunidad nos reclama.

LA SANCIÓN. Hacía apenas unos meses que habíamos asumido la conducción de la Asociación de Abogados de Trelew  -que desde su mismo nacimiento, a fines de la década de los cincuenta, tal vez un poco grandilocuentemente, se dio en llamar “Colegio de Abogados de la Circunscripción Judicial del Noreste del Chubut”-  cuando logramos que la Legislatura Provincial sancionara por unanimidad y casi sin debate, la norma que  hacía realidad la colegiación legal en la Provincia, creando un Colegio Público en cada una de las Circunscripciones Judiciales, que funcionando como personas de derecho público no estatal, tendrían a su cargo el gobierno, el manejo y la defensa de la matrícula, con la consiguiente potestad disciplinaria.

De resultas de lo cual, la historia nos hizo protagonistas del momento de mayor trascendencia en la abogacía organizada de nuestra Provincia, haciéndonos  partícipes de un cambio sustancial en la colegiación, que a partir de la ley 4.558 dejó de estar constituida por meras asociaciones voluntarias, para hacerse cargo de facultades delegadas por el Estado Provincial de conformidad a lo establecido en el art. 38 de la Constitución del Chubut.

Aún recuerdo perfectamente la ventosa tarde de noviembre del año 1999, en que fuimos hasta la Legislatura para presenciar el tratamiento de la ley. Habiéndome tocado en suerte, en mi carácter de titular de la histórica Asociación que nos nucleaba hasta ese momento a los letrados de la Circunscripción de Trelew, presidir aquélla delegación, que no solo integrábamos los miembros de la Comisión Directiva, sino también algunos colegas que seguían de cerca el trámite parlamentario y que quisieron acompañarnos en esos momentos tan especiales. Y creo que no me equivoco si menciono a los Dres. Luis Oroquieta y Javier García Vázquez, entre los que se acercaron a la Casa de la Leyes, junto a los colegas que me acompañaban en la conducción, los Dres. Antonio H. González, Julio Cherioni, Rodolfo Sanguinetti, Luis Solivella, María José Castro Blanco, Luis Suárez y Andrea García Abad.

Habiendo sido así como tuvimos oportunidad de celebrar en la misma Legislatura, con un fuerte y cerrado aplauso, las palabras del entonces Presidente de la Cámara de Diputados, cuando  -luego de advertir que todos los diputados habían levantado su mano en inequívoca señal de aprobación-  dijo “queda entonces sancionada como ley de la Provincia del Chubut”.

Estando demás decir que sentimos en aquélla ocasión un fuerte impacto emocional, habiendo quedado realmente embargados por una alegría muy especial. Por cuanto estábamos asistiendo así a la coronación de una antigua aspiración, a la culminación de largas y complicadas luchas que, ciertamente habían precedido nuestro mandato. En otras palabras, en aquél histórico momento, estábamos frente a la materialización del antiguo sueño de la abogacía local, incluyendo en ella a algunos colegas que, por las razones naturales que a todos nos impone la vida, ya no estaban a nuestro lado para brindar por el logro obtenido.

Y cuando recuerdo aquélla tarde de  primavera que estaba preanunciando el paso a un verano inminente, me viene la imagen de los legisladores que no atinaban a salir de su asombro por nuestro entusiasta aplauso  -al que por cierto no estaban acostumbrados, ni mucho menos-  y los abrazos un tanto ruidosos que intercambiamos, dando rienda suelta a la alegría contenida, ante un final previsible pero que había tenido cierta cuota de incertidumbre hasta apenas unos instantes antes. No hubo desmesura, ni mucho menos, pero si la reacción lógica y natural ante el cumplimiento de un viejo sueño.

Siendo dable destacar que la iniciativa legislativa llegó a buen puerto de la mano de los Diputados Gustavo MENNA (UCR), Mario PAIS (PJ) y David P. ROMERO (ARI), todos ellos abogados. Pluralidad que sin lugar a duda facilitó y favoreció, la sanción del proyecto impulsado por la abogacía del Chubut, sin padrinos políticos, sino con el apoyo de quienes entendieron y compartieron la necesidad de abrir el paso a la colegiación legal.

LA PROMULGACIÓN. Habida cuenta de lo antes relatado y con la creencia que habíamos obtenido el triunfo definitivo, en la inteligencia que la colegiación  era ya un hecho cierto e irreversible en el Chubut, incurrimos en el típico error de quienes creen haber ganado la guerra, sin reparar que apenas habíamos tenido un triunfo parcial y esencialmente precario. Por lo cual nos relajamos, dándonos inclusive a la tarea de planificar como instrumentaríamos la transición, el paso de la asociación voluntaria al Colegio Público, dejando volar de alguna manera nuestra imaginación, con una inocultable ingenuidad.

Y fue en ese marco circunstancial, cuando unos pocos días después, a primera hora de una calurosa tarde de principios de diciembre sonó el teléfono en mi Estudio y un amigo me dijo, sin mayores rodeos y sin anestesia, “tenés que moverte, hace algo rápido, porque están preparando el decreto para el veto de la ley de la colegiación”.

Guardé un inevitable y significativo silencio durante unos instantes, respiré profundamente y tratando de reponerme, pregunté a mi amigo: “¿Cómo lo sabes, estas seguro de lo que me decís?”. A lo cual recibí una respuesta lacónica, pero más que elocuente: “no me preguntes más, hace de cuenta que no hablamos, pero si queres que el Colegio Público sea una realidad, movete políticamente, habla con tus amigos o conocidos del Gobierno”. Y por si eso fuese poco, con  tono de suave y amistoso, mi amigo agregó: “son  de “tu palo”, vos podes hacerlo, es más, sos el único que puede lograr que el Ejecutivo no vete esta ley”. Para agregar luego la nota que estaba faltando para dramatizar aún más la situación, que de pronto se presentaba complicada y difícil; “…creo que tenés que hacer las gestiones hoy mismo, mañana puede ser demasiado tarde”. Cerrando su llamado con una frase que me condicionó aún más, al manifestarme: “se discreto, pues al darte la noticia estoy poniendo en riesgo a gente amiga; manejalo personalmente, no participes al resto de la conducción y menos aún al resto de los Colegios, no comentes lo que te acabo de transmitir con nadie. Simplemente ocupate del asunto”.

Al recibir el llamado estaba preparando un escrito rutinario, de los que  los abogados no podemos prescindir, pues aunque merezcan poca  atención y menor creatividad, hacen a nuestra labor diaria. Sin embargo, a pesar que se trataba de algo formal y de poca cuantía,  interrumpí totalmente mi tarea; la llamada me había perturbado y no me podía concentrar. De golpe, en una tarde que se presentaba como apacible y tranquila, se me estaban cruzando unos oscuros nubarrones, que nada bueno presagiaban.

Pasaron unos cuantos minutos y realmente no atinaba a trazar una estrategia para afrontar esta situación inesperada, que me ponía en un trance realmente difícil e incómodo. Difícil porque frenar una decisión de la Administración Pública, cuando alguien con alguna dosis de poder dentro de ella ya la ha tomado, no es sencillo ni fácil; los intereses en juego y los orgullos y vanidades personales siempre dificultan cualquier intento. E incómoda por cuanto años atrás me había unido una vinculación política con el Dr. Carlos Maestro, aunque desde que había asumido la Gobernación  medió entre nosotros un cierto distanciamiento, propio y tal vez hasta natural por la situación dada. Es que mientras que a él le tocó gobernar la Provincia durante ocho años, yo me había dedicado exclusivamente al ejercicio profesional. Mi militancia política ya había comenzado a declinar luego del triunfo de la UCR de 1991 en la Provincia y había quedado definitivamente sepultada después del Pacto de Olivos. O sea que si bien es cierto que tuve en la década de los ochenta una participación política trascendente y manifiesta, habiendo sido inclusive  apoderado partidario en momentos en que el Dr. Maestro llegó a la gobernación, manteniendo en consecuencia una inocultable cercanía con quienes se hicieron cargo del destino del Chubut a fines de 1991, no es menos cierto que luego  -sin abandonar mis convicciones-  me había alejado de la militancia política acctiva y mi trato con quienes gobernaban, en diciembre de 1999, era un tanto distante.

Por otra parte, lo delicado de la situación, la premura con que debía abordarla y el hecho que era menester moverse con cuidado y suma discreción   -para no afectar posibles intereses, no herir vanidades y a su vez no poner en riesgo a quienes habían posibilitado que el hecho llegara a mi conocimiento-  me forzaba a actuar en soledad, en la más absoluta de las soledades, sin poder participar a los colegas de la Mesa Directiva de mi propia institución. Siendo evidente que dado el escaso tiempo con que contaba, se tornaba a todas luces inviable cualquier encuentro o intercambio, lo que me llevaba inevitablemente a asumir toda la responsabilidad del caso.

En ese momento y en esas singulares circunstancias tome plena conciencia, en todas sus dimensiones, de la soledad que se suele padecer al ocupar cargos de cierta o alguna relevancia, que obligan a tomar decisiones cruciales vertiginosamente, que llevan irremediablemente a asumir riesgos de consideración, sin posibilidad alguna de consultar a otros. Y supe que la soledad en esas encrucijadas siempre torna difícil la resolución, pues al decidir uno es consciente que si resulta equivocada, o si simplemente no es la más acertada ni la mejor, bien puede hipotecar el futuro inmediato, con la responsabilidad que ello supone.

Fueron muchas y variadas las posibilidades que me plantee mientras el tiempo iba transcurriendo, pero ninguna me convencía. Es que pedir una audiencia imprevistamente y sin saber que era realmente lo que estaba pasando, quien o quienes eran los que impulsaban el veto, me hacía suponer un panorama difícil, de final cuando menos, abierto e incierto. Puesto que, para ponerlo sobre blanco y negro, no sabía a ciencia cierta  quienes eran los artífices del veto proyectado y mucho menos las razones que podían esgrimir; por ende mal podía trazar una línea argumental conveniente y adecuada a seguir, en las singulares circunstancias que debía afrontar.

Así las cosas, el tiempo comenzó a correr y a esfumarse, sin que hallara una estrategia que me asegurase medianamente lograr el objetivo, que no era otro que salvar la ley de la colegiación. Es más, se me ocurrió que, si dentro del círculo íntimo o el “microclima” que siempre e inevitablemente se forma alrededor de los gobernantes, ya se había tomado la decisión, mi presencia en la Casa de Gobierno hasta podría llegar a acelerar su concreción, pues alguien “en las sombras” seguramente apuraría la firma del decreto por parte del Gobernador, para evitar que pudiese persuadirlo, argumentando a favor de la ley, explayándome sobre sus bondades y conveniencias. No escapando tampoco a mi entender que no era conveniente que se identificara a la ley con mi persona, pues ello podía llegar a herir personalismos o vanidades, de esas que en política abundan.

Por lo demás, el Dr. Maestro estaba virtualmente dejando la gobernación.  Apenas unos pocos días después terminaba su mandato y asumiría Lizurume; estábamos así al borde mismo de la renovación, de un cambio entre gente de un mismo signo partidario, pero cambio al fin. Lo cual complicaba más las cosas. Pues bien podría ser que quienes impulsaban el veto no fuesen los que se iban, sino los que estaban por llegar, siguiendo esa maldita tradición de la política argentina según la cual el que entra acuerda con el que se va, para que le “limpie” el camino, tomando las decisiones desagradables o que despiertan escasa simpatía.

Y fue siguiendo ese razonamiento que llegue a la conclusión que una gestión personal y directa, una entrevista para tratar de cambiar el rumbo, intentando  convencer al Gobernador en ejercicio   -y al electo-   de los beneficios de la ley y de la inconveniencia de su veto, bien podría producir un efecto contrario al buscado. Por lo cual lo mejor sería lograr la intervención de un tercero, ajeno al ámbito provincial, que tuviese alguna autoridad en la materia, estando a su vez alejado de los vaivenes políticos locales y cuya gestión no despertara recelos entre los involucrados.

Ocurriéndoseme que nadie podía hacerlo mejor que el propio Presidente de la FEDERACIÓN ARGENTINA DE COLEGIOS DE ABOGADOS, que ciertamente reunía las condiciones indicadas. Pero al Dr. Enrique Pereira Duarte, titular de FACA en ese entonces, apenas lo conocía. Por lo que llegar al mismo en esas circunstancias, para requerirle su  inmediata intervención en una situación harto delicada, me pareció un tanto temerario, o al menos poco prudente. Sin embargo, luego de meditarlo un momento, concluí que sería lo mejor y tal vez, la única posibilidad que nos quedaba.

Así las cosas, tomada esa primera decisión, pasé a reflexionar sobre cual sería la estrategia a seguir, si obtenía la valiosa colaboración de la Federación. Pues, me dije a mi mismo, no puedo llamar para plantear el problema, sino que debo hacerlo llevando a su vez una propuesta para superar la difícil situación. Siendo en esos instantes cuando hallé, o al menos creí encontrar, el plan superador,  el camino a seguir. Y con el vértigo propio de la situación que estaba viviendo tomé mi decisión, que podía ser la solución o, como lo tengo dicho, podía hipotecar la colegiación en la Provincia del Chubut. Habiendo sido entonces cuando asumí el riesgo en toda su dimensión.

Por lo que, sin titubear, tomé el teléfono y marque el número de FACA. Me atendió la Gerente de la misma  -Norma, por quien todos los que la conocimos y tratamos, hemos tenido un profundo aprecio-  manifestándome que el Dr. Pereira Duarte no estaba en ese momento en la sede de la institución, ni en la ciudad; lo que me llevó a hacerle saber mi imperiosa necesidad de comunicarme de inmediato con él, destacándole que se trataba de un caso en que estaba en juego la colegiación en nuestra Provincia. Y así logré su explícito y decidido compromiso: ella le haría saber de la situación planteada en solo unos instantes y seguramente él se comunicaría conmigo lo antes posible.

Al colgar, debo reconocerlo, me dije a mi mismo que tal vez debía pensar en otro camino, pues seguramente la comunicación con Pereira Duarte se demoraría y el tiempo, ya escaso a esa altura, estaba jugando en contra. Pero en esto, seguramente por mi ansiedad, me equivoqué, pues apenas unos pocos minutos después el Presidente de FACA se estaba comunicando conmigo.

Al comenzar la conversación ya tenía definida y elaborada la estrategia, la línea política a seguir; la había terminado de trazar apenas antes que sonara el teléfono. El Dr. Pereira Duarte, con su mejor y mayor predisposición escuchó atentamente mi relato de los hechos, manifestándome a continuación que estaba a nuestra disposición para lo que estimáramos más conveniente. Ofreciéndose para llamar al Gobernador e inclusive, de ser necesario, para planificar una visita para unos días después, en la que me acompañaría en la gestión de convencer al Poder Político de las bondades del sistema colegial.

Pero luego de agradecerle su ofrecimiento, le hice ver que el caso no soportaría ninguna demora y que bien ameritaba una intervención inmediata. Manifestándole que, a mi entender, lo mejor sería sustituir la argumentación, la crítica razonada y reflexiva, por el halago fácil, por un elogio simplista con tinte político, que permitiese frenar decididamente el intento de veto.

Transmitiéndole entonces la idea trazada. Era necesario que FACA llegara esa misma tarde, mediante un telegrama, al Gobernador con sus felicitaciones por la ejemplar sanción de la ley, haciéndole saber que la abogacía organizada de la Argentina se congratulaba ante tan importante paso, que marcaba un hito y permitía que Chubut se incorporara a la colegiación legal, poniéndose a la altura de la inmensa mayoría de las provincias argentinas. Destacando especialmente que así solo quedarían fuera del sistema San Luis, Tierra del Fuego y Santa Cruz. Y resaltando que el paso trascendental de la Provincia del Chubut era una demostración evidente de la preocupación de su Gobierno por la plena vigencia de la Constitución, el Estado de Derecho y los principios republicanos, por los que se abogaría desde la colegiación pública.

Enrique Pereira Duarte escuchó y manifestó decididamente que, tratándose de una cuestión local, él estaba dispuesto a acompañarnos en lo que nosotros creyésemos más atinado y conducente para salvar la ley; por lo que podíamos contar con su intervención en los términos en que le estaba planteado. Y así, en unos cuantos minutos pasé a dictarle el telegrama a la Gerente de FACA, que el Presidente aceptó e hizo suyo, disponiendo su inmediato despacho. Y que en la Casa de Gobierno, en Rawson, recibieron casi de inmediato, según pude saber luego.

Cuando un rato después de las conversaciones telefónicas, desde FACA la Dra. Norma Leanza me llamó para decirme que el telegrama había sido despachado con carácter de urgente y seguramente estaba ya siendo recibido por el destinatario, sentí un profundo alivio. Y al recibir a continuación, vía fax, la copia del despacho telegráfico no puede reprimir una sonrisa. La jugada estaba hecha y terminada. Solo restaba, nada más y nada menos, que esperar que diese sus frutos.

Nunca supe con exactitud y detalles el curso y la suerte corrida por el telegrama en el seno del Gobierno del Chubut, que llegase en esa singular transición entre los que se estaban despidiendo y los que estaban llegando; ignoro quien lo recibió, quien o quienes decidieron y cuando se resolvió no vetar y dejar, en sustitución de semejante medida, que se produjera la promulgación tácita o automática. Pero puedo asegurar que el telegrama fue el factor decisivo y determinante de lo que vino después. Todo  hace suponer que  -habiendo llegado en el momento oportuno y conveniente-   de alguna manera incidió fuerte y decisivamente  en la suerte de la ley. Y que de esa forma, el halago fácil, el elogio interesado, pudo lo que  probablemente no se habría logrado con la opinión razonada y reflexiva, apoyada en sólidos argumentos. La política es así, muchas veces no conviene mostrar todas las cartas, sino apenas la conveniente y en el momento oportuno.

En otros términos y a mayor abundamiento, lo cierto e indiscutible es que el Dr. Maestro se fue sin vetar la ley, aunque tampoco la promulgó. Y que Lizurume, el Gobernador entrante, dejó que se promulgase automáticamente, en los términos y con el alcance previsto en la segunda parte del art. 140 de la Constitución Provincial. Que todos sabemos que es la manera de demostrar la contrariedad o la oposición a la ley, sin llegarse al veto, ya sea por temor a la insistencia de la Legislatura, para evitar críticas o simplemente por razones políticas, a las que siempre se alude cuando no se quiere o no se puede manifestar públicamente los motivos reales de la oposición.

Pero lo que interesa, más allá de los avatares propios del momento, lo que realmente importa es que el veto no fue tal y que la decisión de la Legislatura se impuso, sin necesidad de una insistencia parlamentaria cuando menos altamente dudosa. Lo que hizo realidad nuestro sueño, el de la colegiación legal, que en estos días esta cumpliendo sus primeros diez años de vida.

LAS CONCLUSIONES. Así fue como el 14 de diciembre de 1999, por el transcurso del tiempo, la ley 4.558 quedó promulgada y la colegiación legal pasó a ser una realidad en el Chubut, posibilitando que el 1º de julio del año 2.000, asumiéramos los que pasamos a integrar los primeros Directorios de los cinco Colegios Públicos creados. Entrando así a regir efectivamente la colegiación pública en nuestra Provincia.

Lo hicieron posible el decidido y oportuno apoyo de FACA y el peso de su historia y prestigio, que junto a un elogio oportuno doblegó la voluntad de los  funcionarios influyentes que suelen merodear cerca del poder en búsqueda de decisiones que pueden hacer a sus conveniencias, superando inclusive cualquier argumentación meditada y enjundiosa que bien se pudiese haber esgrimido. Así son las cosas en política y en la vida. Las oportunidades hay que saber aprovecharlas en los tiempos adecuados. Y va de suyo que bajo el peso de la soledad y el vértigo de aquélla tarde de verano, había tomado la decisión correcta, utilizando la oportunidad que se me presentara.

Pero permítaseme rescatar dos cuestiones positivas de esta breve historia y de su singular desenlace, que en realidad constituyen dos enseñanzas que no debemos, ni podemos soslayar.

Por un lado el hecho que quedó así corroborado que  los gobiernos se pueden llevar por delante a un abogado, a dos y también a tres y tal vez, en ciertas y especiales circunstancias, hasta a un colegio, como lo hicieron en los años ochenta en San Luis. Pero ningún gobierno se puede llevar por delante a la abogacía organizada argentina. Siendo la colegiación  el baluarte que tenemos para oponer a cualquier intento autoritario, sin importar su signo ni su origen político, de los que no entienden que la Libertad, la Justicia y la Paz Social solo pueden preservarse con el respeto irrestricto de la Constitución y el Estado de Derecho.

Y por otra parte, que la independencia que debe mantener la colegiación de los gobiernos de turno, es vital y hace a la esencia misma de aquélla. Siendo innegable e inocultable que ese fue el factor por el que nuestra ley, la nº 4.558, quedó promulgada automáticamente, o sea sin el beneplácito de los gobernantes. Puesto que era evidente que se estaba asistiendo a la creación de una institución independiente, que solo se doblegaría ante la Constitución y la ley, nunca frente a los gobiernos.

De suerte tal que en nuestra Provincia la colegiación de la abogacía nació bajo el signo de la independencia, que debe preservarse como el bien más preciado, como lo más valioso. Pues esa independencia es vital para la libertad, que como bien sabemos luego de la vida, es el bien de mayor valor para los hombres.

Creo, finalizando, que quienes tuvimos el privilegio de ser pioneros en la conducción de nuestro Colegio demostramos que, en la defensa de esa independencia, fuimos inflexibles, intransigentes e irreductibles, como era nuestro deber. Seguramente por eso, en el cumplimiento de nuestra misión sumamos algunas enemistades y hasta ciertos maltratos, pero tengo la convicción que obtuvimos el reconocimiento de nuestros colegas. Y ciertamente ese fue nuestro premio y tal vez también un privilegio que inmerecidamente  nos dio la vida.

Diez años después puedo afirmar que quienes hoy tienen la conducción del Colegio transitan por la misma senda. Y hago votos para que se prosiga en esa línea, para que mañana, nuestros hijos y nietos y  los que nos sucedan en esta bendita profesión, puedan recordar con afecto que un grupo de idealistas, en las postrimerías del siglo XX y en los albores mismos del siglo XXI, se dieron  a la tarea de  crear, organizar y dar vida a una institución que albergara a todos los que alguna vez abrazaron la abogacía, no solo como una profesión, sino como un estilo y una forma de vida, con apego y respeto irrestricto por el Derecho.

Como supo expresarlo Serrat, “que sería de la vida sin las utopías, sino apenas un ensayo para la muerte”. Pero sucede que algunas veces las utopías dejan de ser tales, para constituirse en sueños cumplidos, como sucedió en 1999/2000 con la colegiación legal en el Chubut. Y ese logro, como suele suceder naturalmente, genera a su vez nuevos sueños  -como el brindar definitivamente una cobertura social y previsional a los matriculados-  por los que seguramente otros han de bregar hasta su plena obtención, siguiendo la huella que ya dejamos marcada en nuestra gestión, cuando obtuvimos la ley 5.099, que aún no se ha podido implementar, pero que bien puede servir de base y punto de apoyo para un sistema que asegure a los abogados y a sus familias una adecuada protección en la vejez y ante las enfermedades y los infortunios que suele deparar la vida.

Es que la abogacía organizada constituye una suerte de lucha continua, en pos de la optimización y la dignidad en el ejercicio profesional. Sin descuido por nuestro deber mayor, que no es otro que velar por la plena vigencia de la Constitución y las instituciones de la República, salvaguardando la independencia de la Justicia, que es el último de los baluartes que tenemos ante los autoritarismos y frente a los intentos  hegemónicos.

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